lunes, 30 de abril de 2012

Hospitalet de L'Infant-Tarragona 55 km.


Que suerte tuve en encontrarme con esta casa. La noche ha sido, al menos hasta que me dormí, una sucesión de rayos, truenos y aguas abundantes, incluido el fuerte viento. La puerta, la tenía atrancada con un tablón inclinado haciendo palanca con el suelo y, una ventana que hacía muchos ruidos abriéndose y cerrándose, conseguí encajarla. A pesar de ello, el fuerte viento y la velocidad de los trenes cuando pasaban, hacía que todo se moviera, con sus ruidillos incluidos.
A mí, las casas abandonadas me dan un poco de yuyu, no sé, pero todo por el suelo y tal, hace que parezcan casas con fantasmas incluidos, jajaja. Lo cierto, es que prefiero el campo a casas dentro del núcleo urbano donde los que ya entraron una vez, pueden volver.
Amaneció un día soleado fantástico y, durante la noche, nada extraordinario ocurrió, a excepción del comentado mal tiempo. Salí de mi escondite descansado y alegre por el día que hacía y, salvo el teléfono, que no me funcionaba, todo era maravilloso. Había desayunado en condiciones, frutas y un bollo y me puse a darle al pedal poco a poco.
Hoy es domingo, luce bien el sol y estoy en la costa de Cambrils. La personas, supongo que algunas de puente, están por las playas, los paseos y la calle. Las bicicletas, a millones, recorren el carril bici, casi en caravana, yo entre ellos. Hay mucha gente y el ambiente festivo me atrapa en sus redes. Sufro envidias y apetencias. Yo también quiero comerme esa ración que inunda con su olor los alrededores. Y beberme esas cañas gigantes que tienen en sus mesas. Y tirarme en la arena a tomar el sol hasta tener hambre de un buen arroz. Pero me conformo con comprar en el super una cerveza, una bolsa de patatas fritas y un bote de aceitunas rellenas. Disfruto del aperitivo en el paseo, como uno más, aunque Rocinante despierta pasiones allá donde paro. 
El carril bici es eterno y avanzo una barbaridad pegado al mar y a la fiesta humana del domingo y, en un taratatrán, estoy en Tarragona.
La ciudad es grande y como todas las grandes, me comen un poco la moral. Bagabundeo con la bici por su casco antíguo y hay bastantes turistas. Acabo en un bar donde anuncian botellín y medio bocadillo de jamón por 2,5 €. Sé que no lo voy a encontrar más barato y decido meterme dentro.
Me cuentan que el bar lleva abierto, con ellos, los últimos quince días. Es una tremenda y alegre familia de Bolivia. Los niños, las mujeres, los hombres. Cada uno tiene su qué hacer. En la parrilla preparan alguna carne y yo, mientras tanto, aprovechando que tienen internet y que me están permitiendo conectarme, pongo al día la web y el blog. 
Marco Antonio y su mujer, bolivianos también, me invitan a pasar la noche en su casa, encantados pero, antes, también me invitan a una super-sopa de su pais que alimenta una barbaridad y da mucha energía, además de calor. El frio vuelve a estar presente. Brrrrrrr. Y ya tengo alojamiento en Barcelona, en casa del amigo Ferrán, músico y persona estupenda con el que pienso estar, creo, el martes.


La choza de esta noche

En frente, la choza





Tarragona







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