martes, 3 de abril de 2012

Cuenca


Monté la tienda frente a la cárcel, en un risco, porque no encontré un lugar más protegido. Y fue una noche bastante fresca después de la lluvia caída. Así que, tras secar, con una bayeta, el techo de la tienda, la pude recoger para llegarme a la ciudad de Cuenca. Para acceder a la plaza Mayor, tienes que subir una cuesta de campeonato, que me hice en tres tramos y llegué al Ayuntamiento con la idea de fotografiar al Alcalde, pero se encontraba enfermo y no fue posible. Aquí me dieron toda clase de facilidades para acceder a internet y cargar un poco la cámara fotográfica, que estaba en las últimas. Jesús, Jefe del gabinete del Alcalde y Javier, tabernero, colmaron mis necesidades, el uno poniendo su despacho a mi disposición y el otro, dándome de comer un gran bocadillo.
Luego me fui a buscar aposento en el albergue, porque el cielo estaba a punto de derrumbarse en lluvias y aún me quedaba trabajo por hacer. No fue posible pues, para entrar en el albergue, Cáritas te tiene que dar un pase y estaba cerrada. Por fortuna, un poco más a delante, en la misma calle, me detuve para fotografiar a una persona y, a través de ella, conocí a Arturo e Ignacio que, muy generosamente, y sin conocernos, me ofrecieron su casa para quedarme el tiempo que me hiciera falta, lavara la ropa y me duchara, además de aportarme compañía y jugosas charlas, en compañía de otros buenos amigos (Paco y Nando, gran cocinero). Muchas gracias. 
Cuenca es una ciudad peculiar. De entrada, su situación, encajonada entre montañas, dicen que dispone de una energía especial. Y, es verdad que tiene un no se qué, que hace que te sientas como en casa.  También dicen que, si hubiera un segundo Diluvio Universal, la catedral, sería un segundo Arca de Noé. Pues, a parte de la altura a la que está construida, tiene ingentes pasadizos subterráneos que dan a diferentes pueblos. Incluso, hay un estudioso, que considera que el Monasterío de Uclés, que está a más de 60 km., podría estár comunicado con la Catedral. Este autor, Rodrigo de Luz, Prior del Monasterio, según parece, también sitúa al Santo Grial, en la ciudad.
Cuenca tiene 57.000 habitantes y una Semana Santa que hace que se duplique la población. 




lunes, 2 de abril de 2012

Huete-Cuenca. 59 km. Así somos en España en 21012


Está lloviendo a todo trapo y el agua repiquetea en el techo de la tienda. Escucho a B.B. King y la música, dentro de la tienda, añade un toque de hogar al reducido espacio. La lluvia aumenta bastante de intensidad. Es la primera vez que me veo en esta circustancias y no tengo ni idea que puede ocurrir ni como solucionar lo que ocurra. ¿Llegará a entrar agua?. Hay además viento que va aumentando. Lo bueno, dentro de todo, es que me lo he olido y hoy tengo la tienda clavada al suelo, con cierta tensión, para que no se toquen techo y tienda. Buf. 
Salí de las cercanías de Huete para llegar a Cuenca, donde había quedado con mi familia. Me había entretenido, reparando las dos cámaras pinchadas y la hora se me había echado encima. Me hice los 53 km, del tirón, con un pequeño (suave pero largo) puerto. Llegué con la lengua fuera, jajaja, pero la alegría del encuentro y las ganas de beberme una cerveza con buena comida, me auparon hasta Cuenca, capital. 
La ciudad es monumental, vaya que sí, y tiene unas cuestas estupendas, que hice a pie, jajaja (Rocinante estaba en el coche). Había bastante gente y el ambiente era festivo. Disfruté de la compañía y del paseo. Aunque se me hizo corta, la visita. Y, ahora, estoy acampado, sin música, para ahorrar batería y... a dejado de llover.
Mañana, toca Cuenca, sus gentes. Uf.







Illana-Huete. 33 km.


He llegado a Huete. Me levanté como el tiempo. Hoy no tenía el cuerpo de jota, jajaja, ni de twist. Y me habría quedado un día más, pero el trabajo es el trabajo y parado no hacía nada. Con cada vez mejor ritmo, voy llenando las alforjas, cada cosa en su sitio. Mientras lo hago, me vienen a la memoria las películas de vaqueros, cuando preparan su caballo, tras pasar la noche al Oeste raso. Yo no pongo el rifle, y en su lugar, lo último que coloco es la matrícula, que tanto sorprende a la gente. Es un rito que se lleva cantidad de tiempo. Y al camino.
El camino, duro, se me imponía con cuestas demasiados bravas para mis entendederas. Echaba el bofe a 200 por segundo y ponía toda mi, hoy decaída, voluntad, en superarlo. Iba tan absorto en ello, que no me percaté que iba pinchado, hasta que me derrapó de atrás. Llevaba, creo, 1,7 km., hechos. Esta nueva situación, no me subía mucho el ánimo. Quería llegar a Huete por la mañana, sobre las 12. Me comí una naranja y después, desmontaje total de equipaje, previo, cambié la cámara, monté todo de nuevo (y me volví a acordar de los vaqueros), infle la rueda, que me costó un montonazó y, animado por el éxito, continué subiendo la cuesta, cuando medio km., después, de nuevo pinchazo. Sé que pude llorar y que tuve ganas, pero no lo hice y me comí un plátano, me tomé un zumo y, tras acordarme de nuevo de los vaqueros, continué subiendo la cuesta. 
Iba concentrado, escalando, pierna derecha, pierna izquierda, una y otra vez, bofes fuera, cuando escucho una tosecilla a mi espalda. Me sentí conmocionado. No lo esperaba, para nada. Ni imaginarlo. Y perdí el ritmo. El ciclista, con bici de carreras de 8 o 9 kilos, me dijo, todo profesional, se puso a mi lado y, todo sonriente y simpático, como quien va cuesta abajo, me empezó a preguntar cosas. Yo, no tenía n ritmo ni fuerzas y contestarle, me costaba un triunfo, además de que intentaba disimular mis desmayos. Iban dos, y después de echarnos unas frases, me desearon buena ruta y muchos ánimos, y se despidieron con tal acelerón, en plena subida, que los perdí de vista en un plis plas y yo, me paré en la cuneta para reponerme. 
Remonté como un jabato la cuestecita y descendí inflamado de placer. En un pueblo, cuyo nombre no recuerdo ahora, paré a hacer una foto a la iglesia y dar un paseito.
Y a la carretera de nuevo. Nada más salir, veo unas ruinas industriales, que me encantan y me metí a fisgonear y hacer unas fotos. De nuevo en marcha, primero una agradable cuesta abajo y otra vez subida, y de las gordas. Acabo de empezar a subir, cuando de nuevo  la tosecilla. Esta vez ya no me sorprendió y a charlar de nuevo, me comentó que habían parado a comer algo y tal, platanos, acuarius, ya sabes, dijo, que luego el cuerpo lo exige. Y yo iba a palo seco.  Ahora no perdí el ritmo, por fortuna y aguante bien hasta que llegó su compañero, que había estado ocupado. Otro acelerón y estela de luz que se aleja.
Pasé una dura prueba hasta llegar a remontar, y eso que me comí unas galletas de chocolate, un platano y bebí cantidad de agua. La bajada, de nuevo, fue mmmmm, suave, rápida pero con prudencia, y tras regatear un poco la carretera, zás un pueblo, de repente. Pregunto a una señora que por dónde se va a Huete. Estoy en él, me dice. Bieeeeen, por fín puedo descansar un poco. Es que hoy no tenía buen día pero, la verdad, no he podido pensar en ello.
Y, una vez aquí, en Huete, toca entrarle a la gente, buscar personas que crean en el proyecto, que se interesen y que participen. Cada día, cada vez, es diferente y siempre me cuesta empezar, hasta que ataco a la primera persona que encuentro y, a partir de ahí, ya no paro. Quiero dar las gracias, muy encarecidamente, a todas las personas que me están apoyando con su gentileza y facilidades y, por supuesto, con su imagen, para realizar este proyecto. Y es que, además, de cada persona me llevo algo aprendido, o regalado y me van quedando gratos recuerdos de muchas de ellas.

Concierto para 500 aniversario de San Juan Evangelista

Parking para meriendas





Illana.


Otro día más en Illana para preparar la ruta a Cuenca, enviar correos de avanzadilla, que no me van a servir de nada, dado que hoy es sábado, y subir a internet todo lo que tenía pendiente, que era bastante. Lo primero que hice, cuando hube desmontado el campamento base,fue ir en busca de la batería de la cámara que, el día anterior, había perdido cuando Rocinante se tumbó en la cuneta. Tuve la gran fortuna de encontrarla, entre los matojos de hierbas y con ella, volví al pueblo para visitar la Iglesia y ponerme a la faena informática. Entre unas cosas y otras, se me fue la mañana y volvía a comer invitado por el ayuntamiento (gracias, de nuevo), con Jose Miguel, propietario de la fábrica de harinas y con quien mantuve una animada charla que nos tuvo hasta las 5 de la tarde, dándole al pico.
Después, de nuevo a la biblioteca, mi lugar de trabajo, donde entre señoras mayores y chavales, acabé todo lo pendiente escuchando y riendo y filosofando con las historias y ocurrencias de los presentes. Muchas gracias a Ruth, siempre pendiente de mis necesidades y de facilitarme todo cuantos necesité, incluido algún dato. 
Y a eso de las 19,45, a comprar la cena y el desayuno, a montar la tienda en el frontón, de nuevo y a dormir para mañana acercarme a Huete, próxima parada.